Otra actividad tradicional, la forestal, ha modelado decisivamente el paisaje. En siglos pasados las extracciones eran poco significativas, reducidas a cortos aprovechamientos madereros, transportados por los ríos. Más agresivas fueron las talas masivas para obtener combustible con el que alimentar nuestras herrerías en los siglos XVII y XVIII.

A finales del siglo XIX, la madera se convierte en el primer producto de los Montes Universales y se inicia una nueva política forestal, dotada de una infraestructura incipiente, construyéndose varias casas forestales.

Ciertos planteamientos en política forestal, reducían los bosques a meros productores de madera y la política se centraba únicamente en potenciar esta producción. El índice de Paterson o las tablas de Wiedemann han sido dogmas de fe de toda una legión de técnicos obsesionados a incrementar la capacidad productiva de nuestros pinares en metros cúbicos por hectárea. En aras a alcanzar este propósito, se “desbrozaba” el monte, despojándolo salvajemente de enebros, chaparras (sabina rastrera) y otras especies arbustivas, con gravísimo perjuicio para el necesario equilibrio natural. Estas prácticas, afortunadamente ya han sido desterradas, pero subsisten otras que ocasionan otros males iguales o mayores. Las matarrasas practicadas, por ejemplo, han sido nefastas. A la corta de pinar siguen roturaciones del manto vegetal realizadas con vertederas, dejando el suelo casi intransitable por la aspereza del terreno. Es lamentable ver desde la misma carretera los montones de despojos extraídos tras la tala masiva y posterior roturación. Tocones y raíces llevan allí quince años sin haber sido eliminados. Las parcelas se cercan posteriormente para impedir la entrada del ganado y fomentar así la pujanza de las nuevas masas de pinar, los pastos naturales se pierden, agobiados por una multitud de cardos y hierbas mayores y, por supuesto, desaparecen millones de micelios. Finalmente, la erosión se encarga de dispersar la riquísima capa de humus, acumulada durante millones de años.

Si atendemos únicamente al propósito de obtener un mayor resultado en metros cúbicos de madera por hectárea el éxito de estas prácticas forestales será claro, pero ¿cuánto vale en este momento un metro cúbico de madera?, ¿merece la pena tanto desaguisado si las serrerías de la comarca prefieren comprar madera de importación procedente de Países del Este por sus bajísimos costes?

Los montes son mucho más que todo esto. Los aprovechamientos micológicos, por ejemplo, generan a los vecinos importantísimos recursos que están siendo amenazados por las talas y la trituración de despojos. Todavía resulta alarmante comprobar otras agresiones que los serranos no llegamos a entender, como entresacas en solanas, podas inútiles, talas de pinos no maderables, poca limpieza de despojos que antes se quemaban, etc. Sería deseable recuperar una gestión medioambiental dotada de más medios y basada en criterios conservacionistas tradicionales, heredados desde siglos atrás, que en definitiva son los que han permitido la salvaguarda de nuestro impresionante patrimonio natural.